5.29.2007

Los toros son un arte efímero, como el canto
y la danza; un arte que, cuando el ejecutante
ha desaparecido, no existe más que en la
memoria de los hombres que lo han visto,
y muere con ellos
.

Ernest Hemingway.


Hablar de toros y literatura siempre es un tema que provoca gran placer. Los hombres valientes y arrojados se lanzan al ruedo, a la plaza; a torear, a escribir. Quien se lanza al redondel, capote y pluma en mano jamás podrá ser vituperado. Un gran torero, un gran poeta; hermanos de valor, hermanos de sufrimiento. Toreo ceñido, cargando la suerte; escritura fluida, enfrentando al lenguaje. La admiración es completa; que gran amigo fue Lorca de Sánchez Mejías, que gran amigo fue Mejías de él. Toda una generación, la del 27, siguió con fervor la fiesta, la más bella de todas: los toros.

Dijo una vez García Lorca:
«El toreo es probablemente la riqueza poética y vital de España, increíblemente desaprovechada por los escritores y artistas, debido principalmente a una falsa educación pedagógica que nos han dado y que hemos sido los hombres de mi generación los primeros en rechazar. Creo que los toros es la fiesta más culta que hay en el mundo». Fiesta que toda una generación rechazó, la del 98, rechazó intensamente por considerarle la culpable de los males de España. Males que nada tenían que ver con una fiesta con siglos de tradición, arraigada al ser español, a la que estos poetas costumbristas de vanguardia supieron darle el merecido valor que éste tenía en su esencia. Encontraron en la centenaria tradición el punto de partida a una creación poética. Poetas camaleónicos, vanguardistas y telúricos; genios que encontraron en su mismo ser, el material necesario para transformar la literatura. Y como digo, los toros siempre estuvieron ahí.

Elegías fervientes compuestas a los más grandes toreros: Juan Belmonte, Joselito “El Gallo”. A las suertes de la lidia, al valor y a la muerte; a la muerte del toro, a la del torero. La intensa admiración y amistad que se gestó entre toreros y poetas ha sido siempre conocida. Ignacio Sánchez Mejías, torero polifacético, intelectual y amante de la literatura, reunió en su más cercano grupo de amigos a Federico García Lorca, Rafael Alberti, Guillén, Bengarmín, Dámaso Alonso, Gerardo Diego, por solo nombrar algunos. Gracias a una iniciativa propia de conmemorar los trescientos años de la muerte de Góngora, que permitió reunir en Sevilla, y le da el título de Generación del 27.
El profundo cariño que éstos sentían por el torero andaluz, solo pueden compararse con el expresado a Juan Belmonte, o en el caso de Diego a la esencia del toreo: cargar la suerte.

El valor que un poeta encuentra en un torero, va más allá de la tradición y la esencia del ser español. Es para muchos conocido el caso de Ernest Hemingway, escritor norteamericano y seguidor apasionado de la fiesta, quien también dedicó parte de sus letras a la tauromaquia. Y así hay miles de casos, incluyo el personal donde algunos, o los muy pocos versos, que me he atrevido a hacer han sido inspirados por el toro fiero y el torero valiente.


Pero para no abandonar la Generación del 27, podemos concluir que la amistad compartida por este grupo de poetas trascendió la barrera de la literatura, y a pesar de ser una generación bastante amplia y con etapas muy distintas entre sus miembros, siempre conservo la admiración por el arte: el de los óleos, el de las letras y el del la sangre y la arena. La tauromaquia fue una de esas columnas que los mantuvo unidos como grupo, como generación. No solo, a los toreros de principios de siglo, sino también con las figuras del toreo moderno; así, Rafael Alberti le escribió a L.M.Dominguín, a eso de los años 60.

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